sábado, 15 de junio de 2013

Estrés

El miedo puede mantenernos despiertos toda la noche, pero la fe es una buena almohada.  Philip Gulley[1].
Muchas veces he leído que hay estrés bueno y malo. El estrés bueno es el considerado como una defensa natural que intenta salvaguardar nuestra integridad física. Es un resorte que nos pone alerta saltando cada vez que nuestro sistema sensorial percibe un inminente peligro. Esto nos salva no solo de los pequeños accidentes de la cotidianeidad, sino, y mucho más importante, de los grandes accidentes que podrían sesgarnos la vida de un tajo.
La vista y oído se agudizan, los vellos se erizan, el corazón late
más rápido, la respiración se acelera y los músculos se tensan. Todo con el fin de prepararnos ante lo que nuestra psique percibe como un peligro.
Este estrés momentáneo es bueno, como se apuntó al principio. El estrés considerado perjudicial para la salud es el continuado estado de alerta mental y física, ante un supuesto peligro que no se puede definir causado por la sensación continua de riesgo indeterminado.

El estrés pernicioso lleva a la enfermedad física y mental y trastorna la relación con las demás personas, es decir, nos vuelve poco a poco introvertidos al estar a cada momento huyendo de los miedos interiores como defensa.
Se define el estrés como la enfermedad psicológica del momento. La sociedad en la que estamos inmersos es una sociedad estresada porque las exigencias para triunfar  y alcanzar sus cánones, en cuanto a eficacia y aceptación son proporcionalmente desaforadas. Se vive al ritmo que marcan otros.
La Biblia nos da el antídoto eficaz para erradicar el estrés de la vida – el maligno ­–.  Permitidme antes que os narre una historia ficticia pero que es real, como la vida misma.

El estrés no es una reacción. Mas bien es el precio que pagamos por la vida "civilizada" que vivimos, que por cierto no es civilizada en absoluto. Maurren Killoran[2].

Estaba empeñado en conseguirlo. Por varias generaciones su familia había regalado al mundo abogados de gran fama y prestigio, y él no iba a ser menos; cumpliría con los sueños familiares para que ellos se enorgullecieran del logro por él conseguido.
El caso es que desde la ventana de la facultad se divisaba el pequeño puerto del pueblo. Esta visión hacía que perdiera el hilo de las explicaciones en las diferentes clases. Soñaba despierto con surcar los mares; se evadía en suspiros por navegar; anhelaba viajar sin rumbo fijo.
De pronto, y con una intensa angustia se despertaba del sueño placentero. ¡Cuidado! Si la familia llegase a conocer lo que albergaba su corazón dejarían de quererlo. Volvía la vista y los oídos a la aburrida cantinela del profesor después del terrible pensamiento que lo martirizaba. ¡No podía defraudar las expectativas familiares con sus planes de aventura!
Acabó siendo un prestigioso abogado. Todo parecía aplaudirle en la vida: su esposa, sus hijos, sus padres y hermanos y sus colegas de oficio. Él, sin embargo, se sentía derrotado. El estrés estaba minando todo aquello que parecía éxito. Sus logros personales no le hacían feliz.
Era sábado en la mañana y recordó aquel bote que sus padres le regalaron al cumplir los trece años. Atravesó la ciudad hasta llegar al garaje donde los padres le escondieron el pequeño bote por haber sacado malas notas en matemáticas. Un nueve no era suficiente.
Cargó la embarcación en el coche dirigiéndose a la playa más cercana. Miró al horizonte y se puso a remar… ¡Era tanta la paz que sentía…! Se perdió en algún lugar entre el salitre, la mar y el horizonte.

La mejor arma contra el estrés es nuestra capacidad de elección entre un pensamiento y otro. William James[3].

Vivimos más en el mundo de los pensamientos, que en el de las realidades. Lo real es lo que soy, es decir, sencillamente, yo. Si pienso que no soy suficientemente válido por mí mismo y, por consiguiente, necesito añadir cosas ajenas a mi naturaleza entraré en un círculo que me llevará al estrés. La angustia y la ansiedad harán mella en mi mente, corazón y cuerpo.
Cada uno estamos diseñados por Dios de forma especial. Él nos creó como seres únicos y especiales. ¿Qué es lo que sabes hacer mejor? ¿En qué elegirías gastar tu vida? ¿Dónde pasas horas y horas sin cansarte lo más mínimo? ¿Frente a qué situaciones te felicitan los que hay a tu alrededor?
Estás, y otras cuestiones son importantes para conocer nuestras inclinaciones personales. Buscar la coherencia entre lo que somos y lo que nos dicen que desearían de nosotros es el quid de la cuestión.
Hay un paso más elevado y trascendental: Oír lo que Jesús nos dice en cuanto al estrés, que nos lleva irremediablemente a la ansiedad. Seamos todo oídos ante Sus Palabras:

«Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia,
y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana,
porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal». (Mt. 6:33-34)

Este es el antídoto divino para el estrés. Por el mismo contexto de los versículos precedentes sabemos que por mucho que nos esforcemos no podemos quitar o añadir nada a lo que la naturaleza – Dios – nos ha conferido. Esto es parte de la voluntad de Dios para cada vida, por lo tanto, nuestro objetivo es usar nuestras capacidades regaladas por Dios para Su servicio. He aquí la verdadera búsqueda de Su Reino: servirlo.
En este punto la vida alcanza el objetivo para lo cual fue diseñada por Dios. El ser humano halla el propósito genuino para vivir y su destino eterno para trascender. ¿Cuál es este propósito? ¿Cuál es el destino? Propósito y destino se unen en un solo hecho: “…para alabanza de la gloria de su gracia…” (Ef. 1:6). Dios nos creó para Él. De esta forma podemos ser un reflejo que sirve de alabanza a lo que Dios es (Su Gloria), y la manifestación de Su obra en nosotros (Su Gracia).
Saberse protegido en las manos de Dios es bálsamo que vivifica. Un misionero comentó en cierta ocasión: “El mejor lugar del mundo es estar en la voluntad de Dios”. Aunque estés rodeado de conflictos alcanzarás la paz. Esta es la petición del apóstol Pablo.
«Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús»(Fil. 4:6-7)

Estrés es vivir fuera del plan de Dios.

¡QUE DIOS TE BENDIGA!

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