sábado, 10 de agosto de 2013

Promesas

Vivimos en una sociedad en la que prometer es un recurso hacia el éxito. Así, los políticos prometen lo que los electores reclaman con tal de ganar votos y de esta forma hacerse con el ansiado poder. ¿Quién no ha hecho una promesa en falso a un niño con tal de que dejara literalmente de berrear porque era una tremenda molestia? ¿Quién se ha prometido dejar tal o cual cosa el uno de enero, para ser olvidada la promesa el dos de enero? ¿Cuántos se han prometido fidelidad eterna al contraer matrimonio y han fracasado estrepitosamente? La Biblia, la Palabra de Dios, se hace eco de este tema y llega a la siguiente conclusión:

Mejor es que no prometas, y no que prometas y no cumplas. (Eclesiastés 5:5)

Cuando te prometes a ti mismo, quizá las consecuencias de no respetar la promesa no tengan secuelas más allá de tu persona. El gran problema de prometer es que arrastra, por lo menos, a alguien de tu entorno, que se ve afectado por el incumplimiento cometido por tu parte. Prometer y no cumplir también tiene consecuencias dramáticas cuando los afectados son muchos. ¿Te imaginas las promesas por parte de una empresa a pagar a tiempo a sus asalariados y, por el contrario, mes tras mes experimentar como las promesas se van por la letrina?


¿Recuerdas, querido lector, la última vez que alguien te falló incumpliendo una promesa? Tengo un recuerdo de la infancia grabado en la mente y el corazón. Mi padre me prometía constantemente que me compraría un cochecito de esos que manejado por pedales puede conducir uno mismo. Noche tras noche soñaba, exactamente, con ese deseado cochecito. El tiempo pasaba y la promesa se esfumaba (una mala rima, lo sé). El caso es que ese amado cochecito nunca llegó y yo me quedé desconsolado. Aun ahora, que te escribo estas palabras, siento un dolorcito en el corazón. Mi padre no cumplió su promesa pero no le guardo rencor porque entiendo que al igual que él, yo también he quebrantado promesas a personas queridas.

Dios no es hombre, para que mienta, Ni hijo de hombre para que se arrepienta. El dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará? (Números 23:19)

Tal es Dios: lo que promete, lo cumple. ¿Por qué? Es bien sencillo: Él no es un hombre como tú y como yo, voluble o inconstante. Él no es hijo de ningún hombre, por lo tanto, no ha heredado las normas de comportamiento de su progenitor. Cuando Dios habla actúa llevando a buen puerto sus promesas. Jesús, que es Dios, nos hizo esta promesa:

Os aseguro esto: El que escucha mi mensaje y cree a Dios, que me envió, tiene vida eterna; y nunca caerá en condenación a causa de sus pecados, porque ha pasado de muerte a vida. (Juan 5:24)

Tus pecados te apartan de Dios y Jesús te ofrece la solución para que tal alejamiento se corrija. La solución pasa porque tú creas en Dios por medio del mensaje de Jesucristo y de esta forma obtienes la vida eterna. De un estado de muerte pasas a un estado de vida. Esa es la promesa de Jesús. Recuerda: Dios no es hombre, para que mienta, Ni hijo de hombre para que se arrepienta. El dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará? (Números 23:19)


Cristo remedió tu situación delante de Dios muriendo en una cruz. Esta escena cruenta muestra hasta qué punto estuvo dispuesto a llegar en el cumplimiento de Su promesa hacia ti para salvarte de las garras del infierno. Jesús te sustituyó en la cruz para pagar el precio de tu condena a causa de tus pecados de desobediencia contra Dios. Tú y yo debíamos pagar por nuestros pecados (delitos) pero Cristo lo hizo por nosotros, por amor y cumplir la promesa hecha desde que el hombre pecó.

Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar. (Génesis 3:15)

Estas son las palabras que Dios pronunció a favor del hombre como veredicto contra Satanás por haber inducido al ser humano a pecar, es decir, desobedecer Sus leyes. La promesa habla que de la mujer vendría el Salvador (la simiente)  y Satanás lo heriría en el talón (la muerte en la cruz), de forma insignificante, pues al tercer día resucitó de la muerte, pero el Salvador aplastaría la cabeza de Satanás (la serpiente) y lo mataría eternamente. Esta promesa se cumplió en el mismo instante que la tumba que recibió a Jesús quedó vacía cuando resucitó.


Si quieres apropiarte de las promesas de Dios has de creer en Cristo y arrepentirte de tus pecados. Desde ese momento eres hijo de Dios y entras a formar parte de Su familia. Si deseas estar entre los que pasarán la eternidad en el Cielo disfrutando de la presencia de Dios cree el mensaje del evangelio que acabas de leer. Indaga, lee, ora (habla) con Dios y exprésale tus dudas. Él te contestará, te lo prometo.

Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios. (Juan 1:12)


No dejes pasar esta oportunidad de salvación, pues de lo contrario seguirás condenado por tus pecados y te espera consecuentemente el castigo de un Dios, no solo amor, sino también Juez Justo, castigador del infractor de Su Ley.


El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. (Juan 3:18)

De Jesús te puedes fiar.

¡QUE DIOS TE BENDIGA!

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