sábado, 7 de enero de 2017

2017

Prefiero reflexionar sobre el año que ha pasado, cuando ya ha pasado realmente. Sé que lo normal es meditar días antes de que se acabe. Yo, simplemente, lo hago diferente. Nada más. Como ya 2016 se marchó, hay que mirar hacia delante intentando no repetir los fracasos del 2016. Algo de lo que me he propuesto para 2017 ya lo compartí el sábado anterior.

Quiero amigos con los que intimar y poder compartir lo más preciado que poseo: a Jesucristo. ¿Por qué? Porque sé a ciencia cierta que es mi deber delante de Dios no guardar egoístamente el precioso tesoro que tengo gracias al sacrificio amoroso de Cristo en la cruz poniéndose en mi lugar, pagando el precio por mis pecados y salvándome de una muerte merecidísima. Si mi familia y amigos no conocen a Jesús, se perderán en el infierno.

Acercándose uno de los escribas, que los había oído disputar, y sabía que les había respondido bien, le preguntó: ¿Cuál es el primer mandamiento de todos? Jesús le respondió: El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos. (Marcos 12:28-31)

La realidad de lo que nos separa de Dios es no amarle. El pecado en cada vida es la muestra visible del odio que cada ser humano le tiene a Dios. Suena tan duro como la dura realidad. No amar a Dios significa lo profundo de nuestro pecado. La muestra es que vives la vida fuera de los parámetros de Dios porque usas tu albedrío libertinamente. La segunda cuestión que nos separa de Dios es vivir egoístamente amándonos más que al que tenemos a nuestro lado. Primero yo, segundo yo, tercero yo…suma y sigue…

Hay esperanza en Jesucristo. Él nos legó su ejemplo dándose a sí mismo por ti y por mí. El camino de la felicidad tan preciada, en la Palabra de Dios se llama gozo, es amar a Dios por medio de la obediencia y servir al prójimo. Lo contrario, centrarnos en nosotros mismos, es la fuente de la angustia, tristeza y desesperanza mayor que sufre la humanidad. ¡Menos pastillas y sicólogos y más servicio a Dios y al prójimo!

¡Menos yo!


¡QUE DIOS TE BENDIGA!

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